Ya llegaste a tu casa? Ya pusiste el agua de los fideos a calentar?

Ahora, sentate un rato y reite de vos mismo...

y sino, reíte de mi que estoy para el cachetazo...


miércoles, 9 de enero de 2013

Intolerante total

El calor de Buenos Aires en verano me hace transpirar la gota gorda. Y mientras la gorda y las más chiquitas se deslizan por mi cuerpo sin rumbo aparente, debajo de alguna remera que trato de despegarme de la piel, solo puedo pensar “Como me molesta”.  Y como el viaje en Subte es aburrido, insoportable e insufrible si uno no trata de distraerse, el “cómo me molesta la gota gorda” se convierte en una lista de cosas que me molestan más, menos o igual y que, creo yo, le molestan a mucha gente
- Me molestan las personas que van con el paraguas debajo de los techos. El paraguas es para la lluvia, sino se llamaría “paratechos”. Trasca que tengo que caminar con cuidado a caerme, también tengo que ir pensando en que no me saquen un ojo. 
- Los “fóbicos al tacto” que en los transportes públicos en hora pico, mientras vos viajas parado, ensardinado y con una mano en el culo que no es tuya ni de tu novio, ellos van sentados con cara de orto porque “los estas rosando con la cartera o alguna parte de tu cuerpo”.  Yo les pondría la cabeza debajo de la axila transpirada de algún morochon peludo. O se curan de espanto o no suben nunca más. 
- Llegar a casa después de haber estado pensando todo el viaje en las cosas que iba a hacer y que de pronto se me hagan las 10 de la noche con el culo en el sillón. Sí, claramente me quedé ahí porque quise, pero igual me molesta; las cosas que tenía que hacer, no se van a hacer solas.
- Que la gente me pregunte “cuanto te falta para terminar la carrera?”. Me falta. Mucho me falta. Si pudiera les preguntaría “Que te importa cuánto me falta? Querès saber cuánto me falta para jubilarme, terminar el contrato de alquiler, tener un hijo, viajar a Europa, plantar un árbol, escribir un libro, etc, etc??? No. Queres saber cuánto me falta para terminar la facultad. Y a vos, cuanto te falta para dejar de romperme las pelotas?.”. Sí, me pone violenta.
- La inflación me molesta. A todos nos molesta. No es novedad. Es como un grano que se va y vuelve todo el tiempo y hace que mi economía se sienta siempre adolescente; cuando parece que está creciendo, pumba! Ahí viene de nuevo..
- Terminar de limpiar los muebles y que tengan polvo de nuevo. Terriblemente me molesta. Y a la gente le molesta que me moleste, pero yo no puedo evitarlo. Hollín de mierda y la p·%& q te pario.
- Que me digan “señora”. Por teléfono te la banco, pongo una voz de locutora falsa que no se puede creer. Pero en persona, hace falta? Tengo cara de culo no de vieja
- El ruido de los tubos fluorescentes de mi casa. Si alguien tiene me comprende. Son insoportables. Quiero romper todo. Es como el ruido de la heladera, se te acostumbra el oído pero cuando lo apagas decís “pfffff”. 
- Sacar la aspiradora del placard. Es terrible la fiaca que me da tener que sacarla, armarla y encima después tener que desarmarla de nuevo para guardarla. Si tan solo se armara y desarmara sola yo juro que aspiraría todos los días. Lo juro, sí. Seguro que lo haría a la vez que el resto de las cosas que dije que tengo que hacer y no hago porque me quedo “merendando”.      
- Que los tipos me digan “ves, eso es una mina!” cuando ven a alguna vedetonga en la tele. Ya sé que es una mina. Yo también soy una mina. Que no tenga esas gomas y ese culo no me hacen menos mina, me hacen menos afortunada en el reparto físico nomás. Igual que quede en claro, ellos dicen “mina”. Porque si dicen “mujer” se prestan a una discusión interminable que puede molestarme más aún.
- Me molesta pasar por delante de una construcción y que los tipos me digan de todo. Desde “que buena que estas mamita” hasta “como te la ch…toda”. No soy un pedazo de carne, podría ser tu hija hdp.
- Me molesta mucho más pasar delante de una construcción y que los tipos no me digan nada. Qué carajo les pasa? Soy una mina. No seré como “esas minas” pero soy mina al fin. Digan algo. Algo bueno tengo que tener, o no??? NO??. Sí, somos histéricas y nadie nos comprende.
- Que cuando estas soltero todo el mundo te pregunte “y? para cuándo vos?” y cuando estas de novio te digan “igual anda despacio, sos joven, disfruta la vida”. Que les pasa? Que quieren? O tiramos para un lado o tiramos para el otro, sino nos mareamos. Pónganse de acuerdo. A la gente le gusta torturarlo a uno de gusto nomás.
- Salir de bañarme en verano y estar transpirada de nuevo en dos minutos. Es como no haberme bañado. Para que mierda me bañe? Que hay que hacer? Meterse al baño con el ventilador de mano? Como se hace para que eso no pase? Alguien tiene el secreto?
- Que  mi jefe me llame haciéndome señita de “time out” no me molesta, me saca, me desquicia, me caga el día. Tiene una magnifica capacidad para hacerme florecer el mal humor. Yo creo que hizo un master en “como romper bien las pelotas”.


Me molesta  que me molesten tantas cosas. Y seguramente me quedaron muchas fuera. Pero tenía que decirlas. Alguien tiene que decirlas. Es el calor. El calor me tiene mal. 



martes, 6 de marzo de 2012

De lobos y vampiros

La verdad es que nos encantan. Sisi. Nos ENCANTAN los chicos malos…
Desde chiquitas ya.  Desde que aprendemos a caminar. Porque nos la pasamos adulando a papá, que es bueno con nosotras, pero nos morimos de amor por el compañerito de jardín que nos pega en el estómago si lo perseguimos por todos lados.
Y empezamos a crecer y a jugar a las barbies y la historia sigue. Le robamos a algún primo el muñeco de “Rambo” o de algún súper  héroe con pinta de villano y aunque tengamos a ken, todo peinadito y bien vestido, Barby se enamora del otro. Y si solo lo tenemos a Ken, seguro que inventamos una historia donde la caga con su hermana, su prima, su amiga o su abuela.
En la adolescencia asentamos esta predisposición hacia los chicos malos y nos la pasamos enamoradas de los de cursos más grandes. De los que tienen novia, de los que se hacen los lindos, de los que les encanta saber que estamos ahí, baboseándonos en el recreo mientras los vemos hacerse los machotes boludeando entre ellos.  Y cuando vamos a bailar nos quedamos perdidas en la mirada de algún antisocial empedernido que no hace más que mantenerse solo a un costado de la pista. Porque nos parece “misterioso” “interesante” porque tiene ese algo que no podemos explicar. Ese algo que en realidad es frialdad, desconfianza, dificultad para expresarse, distanciamiento. Algo que no sabremos hasta adultas pero que igual, una vez que lo sepamos, nos va a seguir llamando la atención.
Y crecemos. Y esa obsesión que nos lleva a encapricharnos con ellos, crece a la par. Y nos convencemos de que ya conocimos a tantos “chicos malos” que ya la tenemos clara, sabemos cómo manejarlos, como llevarlos a decirnos lo que sienten, enamorarlos, cautivarlos, como cambiarlos. Si señores, como cambiarlos. Porque en nuestra terrible y ciega obsesión, creemos rotundamente que ellos, por nosotras, van a cambiar. Que de repente van a dejar de ser antisociales y se van a convertir en los payasos del grupo. Que van a dejar de esconder sus sentimientos para ponernos un pasacalle que diga “te amo” y mandarnos flores al trabajo por el día de la novia. Que de ser distantes, desconfiados, egoístas, egocéntricos, ellos van a pasar a ser los hombres más románticos, tiernos, expresivos y compañeros del mundo. Ciegamente creemos que eso es posible y sabemos, porque lo sabemos, que si eso llegara a pasar los dejaríamos sin dudarlo, porque nos aburren los tipos buenos y fáciles de manejar.
Queremos un tipo que nos llame, pero si llama mucho es un pesado. Queremos que nos diga que nos quiere pero si lo dice mucho es un inseguro. Nos molesta que no aparezca en todo el día, pero si no para de mandar mensajes queremos que se haga humo. Nos gusta que sea prolijo pero nos calienta si está engrasado. 
Porque nos gustan buenos… pero los queremos malos.
Y compruebo mi teoría mientras miro Crepúsculo y me vuelven loca las ganas de salir con un vampiro. Quiero que el atraviese la pantalla y me coma el cuello. Se lo regalo. Con un moñito. El podría terminar con mi vida en unos segundos, pero poco me importa. Porque las tiene todas. Es bueno pero su naturaleza es ser malo. Es intrigante, misterioso, peligroso. Tiene la mirada de antisocial empedernido. Y le dice cosas románticas, pero cada vez que se besan, él la deja con las ganas. Una y otra vez, el la  deja con las ganas. 
Y ella me dice “a mí no me gustan los malos, yo los prefiero buenos”. Pero está enamorada del Lobo. Como si el lobo fuera un osito de peluche…

domingo, 27 de marzo de 2011

ELLA, ME LA HACE... POSIBLE.

   Como si hubiéramos ido a la par de la tecnología, las mujeres de siglo XXI pasamos de ser grandes cajas con imágenes en blanco y negro para convertirnos en espectaculares pantallas plana a todo color, capaces de mostrar más de un canal a la vez con la mejor definición nunca imaginada. Y parece ser, que en este intento revolucionario de crecer, desarrollarnos, y convertirnos en la mejor versión de nosotras mismas, los hombres perdieron su capacidad de manejar el control remoto.
Hace unos años una amiga me regaló un libro convencida de que era perfecto para mí; “Historia universal de la histeria” que no hacía más que hablar y explicar las razones psicológicas, fisiológicas, históricas, culturales, hasta químicas, de porque la histeria, propiamente dicha, le corresponde al sexo femenino. Pero la realidad es que, años después de leerlo y habiendo vivido alguna que otra experiencia, sumada claro la experiencia de las mujeres a mi alrededor, puedo decir que el libro que con tanta intriga leí, buscando las justificaciones o aclaraciones del porque del funcionamiento irracional de mi psiquis frente a ciertas circunstancias, debería volverse a editar pero en una versión nueva para la histeria masculina.
Durante mucho tiempo, por miedo al “que dirán”, la mujer se mantuvo en la cómoda postura de preferir parecer histérica y loca a parecer fácil y accesible. Pero hoy, después de haber luchado por la igualdad de los sexos, después de demostrar que podemos manejar empresas, estudiar, mantener un hogar, criar hijos, cuidarnos solas, dejamos de preocuparnos por lo que otros puedan pensar de nosotras para tomar decisiones sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos porque, al fin y al cabo, siempre nos pertenecieron. Pero era claro que esto podía traer consecuencias y ahora, los mismos que se llenan las tripas de bronca porque las mujeres "les hacemos la vida imposible", porque no nos entienden, nunca saben q decir, supuestamente les damos vueltas, los histeriqueamos, somos irracionales, no sabemos qué queremos, bla bla bla, ahora son ellos los hipócritas histéricos incomprensibles, que si les dicen “Si, venite a casa” o “si, nos vemos cuando quieras” responden “arreglamos” y se suben a una calesita que da vueltas y vueltas hasta que desaparecen más fácil que los aviones de David Copperfield poniendo excusas que le hacen pensar a una que quizás realmente exista el ciclo masculino y también haya que tenerles paciencia una vez por mes.
Son los hombres los que se convirtieron hoy en unos expertos manipuladores de la verdad tratando de convencernos de que las inseguras somos nosotras, haciéndonos sentir que estamos locas, para después hacer lo que quieren con sus vidas y también con las nuestras. La loca de mierda resumiría la situación y el sentimiento con un simple “Porque todos no me chupan bien el lado izquierdo de la concha”. A mí, en cambio, me pareció demasiado y vi mas útil buscarle la explicación lógica y racional al porque de este cambio.
Y la verdad es que es más claro de lo que parece; volviendo al tema de la versión renovada del sexo femenino, nuestra revolución se convirtió hoy en un problema para ellos. Ahora nosotras somos más independientes, más seguras, más libres. Hablamos mas, decimos las cosas, vamos de frente. Ya no somos histéricas. Entonces no tienen más excusas y las tienen q inventar. Antes era cómodo decir "ella me la hace imposible". Ahora las mujeres se las hace posible, y los puso en la posición de decidir. Y ellos no saben decidir, no quieren decidir. Entonces se esconden bajo el perfecto agujero situado al lado de la cama de mama y sobre el cual trabajaron durante muchos años sabiendo que iba a llegar el día en el que las cosas ya no iban a ser difíciles y ellos no iban a saber para donde escapar. El día en el que la teoría de “para las mujeres es todo más fácil” iba a dejar de ser aplicable y todos los pilares que servían para justificar sus actos se iban a desmoronar uno a uno dejándolos al desnudo frente al dilema de decidir entre poner los huevos sobre la mesa y hacerse “hombres” o seguir siendo los mismos cagones que se escondieron toda la vida bajo el lema de “las mujeres son unas histéricas”.
Y si, era más fácil cuando el aparatito tenía solo hasta el canal 8 y si la imagen no era definida se podía decir que la antena “andaba mal”. Pero ahora, con un control del tamaño de una zapatilla, opciones múltiples de botones para apretar, y un manual de instrucciones con letra grande y en distintos idiomas, ellos parecen no encontrar la forma de manejarlo. Y mientras se toman sus tiempos para decidir qué canal poner, nosotras hacemos nuestra vida y esperamos que el día que finalmente elijan, la transmisión no se les haya cortado…



lunes, 7 de marzo de 2011

EFECTO DOMINÓ


“El efecto dominó sugiere que una acción iniciará una cadena de eventos que culminarán en un indeseable evento posterior sin establecer o cuantificar las contingencias relevantes; haciendo un movimiento en determinada dirección, empezaremos a bajar por una "pendiente resbaladiza". Habiendo empezado a bajar por la pendiente, aparentemente seguiremos yendo en la misma dirección, usualmente negativa, en consecuencia a la metáfora de deslizarse hacia abajo”

A todos nos pasó alguna vez. Nadie queda exento de estas experiencias. Es como si un día la vida te dijera “ok, hasta acá fue todo fantástico así que ahora, para que aprendas a valorar lo bueno, vamos a darte un poco de lo malo”. Y así, de repente, de la nada, un elefante marino en tanga te mea la cabeza y las cosas empiezan a salir todas al revés. Es como si a propósito los planetas se alinearan, pero no para darte suerte sino, todo lo contrario.
Desde ese momento, yendo de lo más grave a lo más irrelevante, cada cosa que te pase vas a pensar que forma parte de este plan macabro de hacerte valorar todo un poco más. Los sucesos pueden ir desde un robo hasta una muerte, sin descontar una renuncia o despido, y sin olvidarnos de lo menos importante, pero que igual cuenta, como que se te corte internet mientras cargas una película y darte cuenta cuando ya la empezaste a ver, que se te caiga la coca de Mac Donald en el medio de Rivadavia, que se te rompa un celular, que pongan tu nombre en el libro de quejas del trabajo, quedarte sin embrague en el medio de panamericana o que se te rompa el taco del zapato mientras tratas de correr por la escalera porque te quedaste dormido. Claro que creer que vas ser asesinada por un portero y recibir mensajes de texto de un ex no quedan fuera de la lista.
Y lo peor es que nunca faltan en estas oportunidades los típicos personajes que van a tratar de animarte diciéndote cosas tales como “bueno, pensa en positivo, en todas las cosas buenas. Pensa que hay gente que está peor” y yo me pregunto por qué será que la idea de que siempre hay alguien que está peor que uno debería alegrarte o levantarte el ánimo. Cuál es la finalidad? Que de pronto la cara se te ilumine de alegría? Se supone que deberíamos estar felices por el simple hecho de que hay personas más infelices que nosotros? No sería un poco egoísta y conformista de nuestra parte pensar de esa manera? Y aparte, cuando estas personas elijen decirnos estas cosas sabiendo que nuestro sistema nervioso está a punto caramelo, no se les ocurre pensar que podríamos tranquilamente romperles una olla en la cabeza?.
Pareciera que la gente no se da cuenta que, cual Michael Douglas en “Un día de furia”, o Adam Sandler en “Locos de ira”, te sentís capaz de destruir cada uno de los platos de tu casa contra la pared, o de matar, si matar, al enfermo de tu kiosquero porque aunque le des siempre los putos  $0,50ctvos. que necesita para no tener que darte vuelto, el decide no devolvértelos el día que te quedaste sin cambio. Y tan capaz sos de empezar a mandarte cagadas, que indefectiblemente terminas cayendo frente a la tentación de hacer cosas tales como mandar un mensaje de texto que no debías, responderle mal a la persona inadecuada, comerte todo lo que encuentres en el camino con la barata excusa de tener angustia oral y quedarte todo el fin de semana encerrado mirando películas porque, al fin y al cabo, lo más probable es que en cuanto salgas pises mierda, te resbales, te caigas de espalda y te tengan que llevar a la guardia. Pero no vas a tener la suerte de no ir a trabajar, va a ser simplemente un golpe capaz de producirte un dolor incesante pero no lo suficientemente grande como para merecer un certificado de reposo.
Todo parece indicar que nada, pero nada, va a hacer que tu suerte cambie. Incluso cuando en el desesperado intento de terminar con la mala racha, y habiendo pasado ya por la experiencia de googlear “como sacar gualichos”, “como deshacer trabajos” o “Como saber si me hicieron una macumba”, termines escondiendo portarretratos vacíos, sacando los caracoles que haya en tu casa, poniendo ajo en las ventanas, sal debajo de las puertas y porque no agua bendita en toda tu ropa.
Y finalmente, cuando hayas caido en cuenta de que nada da resultado y de que, tal como dice la teoría, seguiremos yendo en la misma dirección hasta caer la última ficha, vas a tomar la desafortunada desicion de llamar a tu mamá para contarle lo que te pasa.Y contrario a cualquier cosa que pensabas escuchar, ella te va a decir en un tranquilo pero irónico tono “Bueno, tranquila, son cosas que pasan, acostúmbrate porque estas creciendo”.


martes, 8 de febrero de 2011

LAS ABUELAS

“Yo me quedo, estoy muerta, me duele todo”, dijo ella mientras nosotras nos cambiábamos tratando de darle vida a nuestras caras que no hacían más que demostrar el sueño constante que sentíamos. 
A fuerza de pulmón intenté terminar mi Dr. Lemon con Vodka diario para que pudiéramos cargar la botella con Speed con melón igual que todas las noches (Noche por medio, para ser más sinceras) pero mi estómago no me dejó continuar con la travesía y un cuarto del líquido se fue por el caño de la cocina mientras el maquillaje terminaba de hacer su magia.
Llegamos a la puerta como siempre; hablando boludeces, tratando de no tropezar en el camino, diciendo que no a los tarjeteros  y decididas a pasar nuevamente sin hacer cola y gratis. Y para que voy a mentir… llegar saludando gente, entrar sin esperar, pasar sin gastar un peso y que te regalen remeras y alcohol cada tanto, tiene su encanto y su dosis de adrenalina. Por 11 meses y medio trabajamos, estudiamos, fuimos responsables, adultas, cumplimos como se debía con lo que se debía, pagamos deudas, Etc. Etc. Poder sentirse adolescente, al menos por un ratito, y aunque fuera mentira, era como una pequeña transfusión de sangre. Es de pendejas? Sí, claro. Pero cuando estás ahí, con ganas de olvidar las contracturas y las obligaciones, nada de eso importa. Al fin y al cabo, nadie te va a conocer por más de 15 días…
Ahora sí, si cuando estas entrando uno de los dueños, que siempre saluda, dice “que pasen las abuelas” la adrenalina, la transfusión y las pendejadas se van todas juntas por el inodoro y la noche ya no será lo que iba a ser. De repente y sin previo aviso tu cabeza empieza a procesar la información de manera diferente. Ya no éramos adolescentes. Ahora éramos las vacas viejas que volvieron con mas dolores y kilos que el año anterior…
Contra la baranda de la pista una se suena la espalda mientras la otra le dice al oído “no digas nada, me duele el ciático”. La tercera se queda mirando como en su tarima, nuestra tarima, un grupo de lo que yo llamaría “la generación de las hormonas del pollo” la llaman con cara de “dale vieja, movete de ahí y venì a bailar” y un grupo de varones cuchichean mientras las miran. En mi mente ellos están pensando “Que carajo hacen acá adentro”… Y mientras miro el tronco de una modelo de una publicidad de vinos que me dice sin remordimientos “jamás tendrás mi cuerpo” yo me pregunto lo mismo que el…. Qué carajo estamos haciendo ahí adentro.
Observamos, eso hacemos. Observamos nuestro único consuelo de la noche; como ellas no saben bailar. Como a pesar de sus despampanantes e inexplicables cuerpos que bien se encargan de meter adentro de polleras increíblemente cortas, a las nenas de ahora nadie les enseño que el cuerpo se divide en, mínimo, dos partes, de la cadera para arriba, de la cadera para abajo. A ellas les pusieron un día reggaeton y les dijeron “movete, perreà”. Nunca aprendieron con “la ventanita del amor”, “soy cordobés”, “Mueve tu cucu”, “El bombón asesino”, “Amor narcótico” y ni hablar de “El auto rojo” de Vilma Palma. Cuando algo así suena todos ellos miran al DJ con caras de asesinos mientras nosotras reímos y recordamos nuestra adolescencia, pero no la de los 15 días, la real, la que pasó hace ya algunos años.
Y observo hasta el cansansio y me voy al patio para poder respirar fuera de tanta hormona junta y para que el aire me despierte porque, claramente, me estoy quedando dormida. Y un nene se me acerca y me dice “me das un beso?”… con mi mejor cara de sorpresa lo primero que me sale responderle es “voy en cana corazón, cuantos años te pensas que tengo?” y el no tiene mejor idea  que responder, muy convencido “que tendrás? 26?“ mientras saca su DNI para demostrarme que tiene unos frescos 19 añitos. Él no solo me da 3 años más de los que tengo, sino que, para colmo, él es de 1991. No se supone que la gente de 1991 con suerte esta yendo a bailar una vez por mes y que el viaje de egresados todavía tiene que terminar de pagarse??. Nadie me avisó, ni esa noche ni antes, que si eras de 1991 podías salir a encararte gente porque sos mayor de edad, y tampoco me contaron que, aparentemente, ya no es necesario chamuyar (Tribilinear diría Silvina Luna en Gran Hermano (?)) antes de chapar, pero siempre pidiendo permiso, para mantener el respeto… 
Con las camperas puestas para irnos y con dolor de estómago aún sin haber tomado, nos sentamos en el pasto para que nos lleven y no caminar tan solo siete cuadras. Y mientras esperamos no puedo dejar de pensar en el resfrío desde el tercer día, el sueño constante, los dolores de espalda, las contracturas, las ganas de irnos cuando la cosa se pone muy cargada de gente, las ganas de comer desde que nos levantamos hasta que nos dormimos, el heladito de la peatonal y el chocolate de la bombonerìa en vez de la cervecita del bar, la siestita infaltable antes de salir y la sombrilla bajo la cual pasamos casi toda la tarde lejos del sol y que nos deja jugar sin problemas al chinchón cual abuelos jugando al tejo. Y me dí cuenta de que esas eran tan solo pequeñas demostraciones de que nuestros “cuerpitos” ya  no están a la altura de ciertas circunstancias.
Y Esa noche decidimos que nuestras próximas vacaciones no van a ser en un boliche de la costa, pero antes de irnos  nos subimos de nuevo a la tarima y tratamos de sentirnos adolescentes una vez mas compitiendo con la generación del pollo y demostrándoles que, abuelas o vacas viejas, como mas lo quieran ver, nosotras ya no estaremos para otro verano en la costa, pero vayamos a donde vayamos,  por lo menos sabemos bailar.



miércoles, 20 de octubre de 2010

CARPE DIEM

Salgo del trabajo abrumada. El día fue largo. Me cansé de recibir mails mala onda, de discutir, de tratar de ser cordial aún en el peor momento, de hacer todo  para irme sin cosas pendientes. Pero fue imposible. El día terminó como todos los días, con más cosas para hacer mañana.
Y eso me preocupa. Me frustra. Me pone de mal humor. Como a todos. Como a muchos. El trabajo. La vida cotidiana. Los problemas propios y de otros. El viaje que no puedo hacer y que tanto quería. La remera que me gustaría comprarme y no puedo. Los zapatos que me encantaron y salen $500. El gato de mi amiga que está enfermo. La carrera universitaria que nunca termino. El departamento que no encuentro. El sueldo que no alcanza.
Y de repente suena mi teléfono. Acabo de terminar una interesante conversación sobre trabajos prácticos y carreras laborales. Suena y sé que algo está mal. Suena y lo veo venir. Suena y no lo esperaba, pero lo sabía.
De pronto mi conversación anterior pasó a ser banal. Mis problemas se convirtieron en polvo. Dejé de mirar si venía el colectivo y no supe cómo reaccionar. De pronto nada tuvo sentido y todo tuvo sentido a la vez.
Y sólo pude pensar en que rápido que nos olvidamos de cómo hay que vivir. Que cuando nuestros viejos nos dejaron nacer nos dieron un derecho, y que con todo derecho vienen las obligaciones  y que rápido nos olvidamos de ellas. Que nos tenemos que levantar todos los días como si fuera el último porque no sabemos cuándo lo va a ser. Que como dicen por ahí “no es la muerte de nadie no poder hacer siempre lo que uno quiere”. Porque la muerte es la muerte a secas, la muerte y punto. Y de esa no hay vuelta atrás. Y que cuando llega no avisa. O avisa pero es tarde. Y todo lo que no hiciste, ya no lo podes hacer. 
Y no intento deprimir con lo que digo. No quiero sonar triste y enojada. O enojada si. Pero enojada con la falta de conciencia que tenemos muchas veces cuando damos por sentado que tenemos un mañana. Cuando asumimos que para todo vamos a tener tiempo. Porque lo tenemos, pero abusamos de ello. Porque dejamos pasar las oportunidades de decir las cosas que queremos decir, de hacer las cosas que queremos hacer. Nos ahogamos en un vaso de agua, diría mi vieja. Y le dedicamos poco tiempo a la vida y mucho a los problemas.
Héctor Alterio gritó: “la puta que vale la pena estar vivo”. Y si. Vale la pena. Y aquel que no sepa como vivir, que lo haga por aquellos que no pudieron. En su memoria  aprendamos que al tiempo nadie lo tiene comprado, que no tenemos que dar nada por sentado, y que vivir es un regalo divino y una responsabilidad terrenal.

Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo”, Oscar Wilde

   
Christian Daniel Argüelles (21/01/1983-19/10/2010)

martes, 31 de agosto de 2010

Yo voy en tren

Estoy teniendo una amena conversación con el gerente de Recursos Humanos, y escucho salir de su boca las palabras mágicas: “El tren siempre para en la estación en algún momento, sólo hay que saber si uno está listo para subirse”.
Me paro entonces en el andén. No, no me voy a suicidar. Simplemente vuelvo a los momentos de ansiedad donde por querer crecer o ser, antes de lo debido, tomé algún tren equivocado; me acuerdo de la muñequita de torta, la que estaba lista para dar todo de si misma, que se entregaba, que era completa y segura, la que siendo maquinista llegó a la estación y se encontró con un pasajero sin boleto y sin ganas  de subir; pienso en mi vieja, que desde que compré la laptop no se conecta a internet y en mi, que no me acostumbro al mouse que se usa con dedito y un domigo a la noche entré al supermercado para comprar uno de usb, porque me gusta mi Dell, pero no estoy lista para tanto cambio; cuento las veces que arranqué una dieta y la dejé en el día, porque todavía no era mi momento Ser.  

Y llego al juego. Al maldito, arriesgado, fantástico juego, en el que es más difícil decidir cuándo se quiere o se puede estar listo para subir. Porque en esta estación pasan muchos trenes. Los de larga distancia, los que llegan rápido a destino, los que prometen un viaje seguro que resulta accidentado o un viaje placentero que luego no lo es. Y a veces, cuando después de mucho esperar sentado en el mismo banco, después de muchos viajes cortos, después de muchos juegos jugados sin gracia, llega alguno un poco más prometedor. Entonces tenemos que pensar si estamos listos para subirnos y disfrutar sin pensar en cuál será la próxima estación.

Algunas veces pasajeros, otras veces conductores, a todos alguna vez nos toca estar en la estación.

La vida misma

La vida misma